Lola ve su maleta aproximarse sobre esa cinta transportadora y se apresura a cogerla. Al fin la tiene. Cuando todos los alumnos están listos, el grupo se encamina hacia la salida del aeropuerto. Vienen de pasar en un avión una hora y tres cuartos desde Madrid hasta Zurich, cuatro horas de espera en el aeropuerto y otras ocho horas de viaje de Zurich a Boston, pero ahora los estudiantes del intercambio tienen que esbozar su mejor sonrisa porque sus correspondientes americanos estarán esperándoles eufóricos.
Efectivamente, allí están todos, ansiosos por conocer a los alumnos madrileños. Muchos españoles reconocen rápido a sus compañeros y se saludan amigablemente; pero Lola no encuentra a ese chico americano que ha visto en las fotos del Facebook.
Alguien le da unos toquecitos en la espalda y Lola se gira. Ante ella ve unos ojos negros, un pelo moreno y brillante y una sonrisa tímida. Sí, es él, es Zack. Lola no se había percatado viendo las fotos de hasta qué punto era un chico realmente atractivo.
- Hola. – Pronuncia él cuando Lola aún le observa embobada.
- Hola. – Dice ella cuando recupera el aliento.
Dos horas después, Lola se acomoda en la que será su cama las próximas dos semanas. Antes de dejarse vencer por el sueño coge su móvil y, sin pensarlo más, llama a su novio.
- Lola, aquí son las cuatro y media de la mañana. – Es lo primero que Pablo le dice con voz ronca.
- Lo sé, aquí son las diez y media. He llegado hace dos horas.
- ¿Y qué tal?
- Un viaje largo y aburrido, pero he podido leer, dormir y hasta he visto una película de Piratas del Caribe.
- Me refiero al americano, la familia, la casa…
- Es todo como una película americana. Zack me ha caído bien, y su madre y su hermana también son majas. La casa es enorme aunque, si te digo la verdad, está demasiado desordenada; pero yo tengo habitación propia con ordenador y una televisión enorme.
- ¿Y el perro?
- Winston es precioso, muy suave. Es un basset hound. – De repente, Lola se siente
culpable por haber despertado a su chico de madrugada. – Pablo, creo que mejor hablamos en otro momento. Vamos a dormir los dos, que yo mañana me tengo que levantar a las seis y cuarto. Nos toca ir a la escuela.
- Vale. Hasta mañana, entonces. – Acepta él. – Te quiero.
- Yo mucho más.
Lola se despierta cuando su canción favorita empieza a sonar en su móvil. Lo apaga y no tarda en orientarse: está en Winchester (Massachusetts) Pasa por el baño, se viste, hace la cama y va a desayunar con uno de sus sobres de Cola-cao en la mano. Ha tenido que traerlo de España, pues en América no se vende.
Desde ese mismo momento, Lola y Zack empiezan a conocerse mejor, y comienzan las miradas, los gestos, las sonrisas cómplices… y esa sensación sigue en el aire durante la clase de forenses, de matemáticas, y luego en esa cafetería que parece sacada de High School Musical.
Al día siguiente, el grupo de intercambio tiene programado ir a Nueva York para pasar allí tres días. Españoles y americanos saben que el trayecto es de cuatro horas pero, antes de darse cuenta, comienzan a ver los inmensos rascacielos y los taxis amarillos.
Al fin, a las dos de la tarde, el autobús se detiene en Chinatown. Mientras caminan por el puente de Brooklyn, Lola charla con sus amigas.
- Tu americano parece muy majo, Lola. – Comenta Bárbara sutilmente.
- Se llama Zack.
- Ya lo sé. Ahora sabemos que los chicos guapos de las películas existen realmente, pero están aquí, en América.
- Yo le he pillado mirándote cuando te has quedado dormida en el autobús. – Advierte Sandra y Lola se sonroja repentinamente.
- Qué casualidad, yo he pillado a Lola mirándole a él. – Bárbara le da un codazo amistoso a Sandra.
- Mírale. – Sandra señala disimuladamente con la cabeza a Zack, que camina delante de ellas hablando con otro chico. – Si no fuera imposible, diría que es incluso más perfecto que Taylor Lautner.
- No es imposible, hay que admitir que es mejor que cualquier actor. – Bárbara esboza una sonrisa pícara. – Y Lola tiene la oportunidad de vivir una aventura con él.
- ¿Qué? ¡No! – Lola levanta entonces la vista del suelo. – Estáis locas, no voy a…
- Sí vas a besarle. – Dice Bárbara.
- No. – Lola niega con la cabeza, convenciéndose a sí misma.
- ¿Por qué no? ¿Es por Pablo? – Las dos chicas se sostienen la mirada la una a la otra. – Si ese es el único obstáculo, te aseguro que lo acabarás haciendo. – Entonces, Bárbara sonríe dulcemente. – Y ahora vamos a hacernos fotos. ¡Estamos en el puente de Brooklyn!
Caminan un buen rato con ligereza y pasan por Wall Street, la calle de las finanzas, asombrados por esa enorme bandera americana. Cerca de Battery Park, otras tres mil banderas recuerdan las víctimas del once de septiembre de dos mil uno. Poco después, se encuentran en un ferry haciendo un trayecto por el río Hudson.
Lola observa impresionada la Estatua de la Libertad, que permanece impasible ante el cielo anaranjado de la puesta de sol neoyorquina de fondo. Lola siente una mano en su hombro y una respiración en el cuello. Todos los músculos de su cuerpo se tensan de repente.
- Do you like the Statue of Liberty? – Pregunta Zack.
- Yes, it’s really beautiful. – Responde Lola cuando recupera la lucidez. Cuando ella se gira para mirarle, acaban frente a frente, muy cerca el uno del otro.
- That’s not what I would call a handsome woman.
- What do you mean?
- To me, a nice woman is someone like… like you.
Lola no puede menos que sonreír por el cumplido, y le parece que él se acerca aún más a ella. Sí, se está aproximando. Lola nota la mano de él rozando su cintura y, sin querer, ella también entreabre los labios.
- Lola. – Dice alguien. La chica da un brusco paso atrás al oír su nombre. Se coloca un mechón de pelo moreno detrás de la oreja y puede ver quién le hablaba. Es Carlos, el mejor amigo de su novio. - ¿Has hablado con Pablo hoy?
- No, hoy no. – Admite Lola
- Yo sí, y me ha dicho que te echa mucho de menos.
- I’ll come back, ok? – Interviene Zack. Lola asiente con la cabeza y le mira alejarse.
- ¿Qué tal con tu americano? – Inquiere Carlos, acercándose.
- Bien. – Dice ella. – Es majo. No me puedo quejar.
- Ya, claro…
Después del paseo en barco pasan por el lugar donde estaban las Torres Gemelas, donde se está construyendo la Torre de la Libertad, que será aún más alta. Una concentración de motos por los bomberos que murieron hace que a Lola se le ponga la carne de gallina. Es algo inevitable, ya que el accidente fue hace exactamente diez años.
Al día siguiente, Lola despierta en la litera superior del albergue juvenil. Ese día visitan el Rose Centre, Central Park y la Iglesia de San Patrick. Después disponen de muchísimo tiempo libre para entrar en tiendas. Junto a Bárbara y Sandra, Lola compra camisetas y otros souvenirs para su familia. También busca un peluche bonito y suave para ella, pero no lo encuentra.
A las siete y media han quedado frente al Empire State Building y, antes de que Lola se lo espere, está dentro de un ascensor. La cabina empieza a ascender deprisa, y en la pantalla se marcan los pisos de diez en diez. Veinte, treinta, cuarenta… A Lola le empiezan a doler los oídos. Sesenta, setenta y ochenta. El ascensor se detiene, pero en cuanto salen deben entrar en otro que sube seis pisos más.
Desde ahí arriba se ve todo: los rascacielos, las luces, los coches… Lola se queda ensimismada mirando hacia abajo y, cuando deja de sobrevolar Nueva York con la imaginación, se da cuenta de que sus amigas han desaparecido. En su lugar, ve a Zack aproximándose.
- It’s amazing. – Dice Lola.
- Yes, I know. – Los dos se quedan un momento en silencio mirando hacia abajo, hacia los rascacielos. – Tengo un regalo para ti. – Dice al fin Zack con una pronunciación casi perfecta. Extiende el brazo y le ofrece una bolsa de plástico.
Lola mira dentro de la bolsa y encuentra un bonito osito de peluche. Alrededor del cuello tiene atada una cinta roja en la que se lee con letras mayúsculas y blancas: Empire State Building.
- ¡Me encanta! Muchas gracias. – Exclama Lola abrazando por primera vez al osito.
- It’s just a souvenir. – A Lola le parece ver que Zack se sonroja.
- Zack… listen. – Le pide poniéndose algo seria. – Yo… tengo novio. – Dice, y él la mira a los ojos.
Esa noche van a Times Square, y desde allí cogen una estupenda limusina que les lleva hasta el albergue, un glamuroso sueño hecho realidad. Después de aguantar a sus amigas metiéndose en su vida, Lola se duerme profundamente.
Al día siguiente vuelven a Winchester. Ven muchas cosas de Winchester y van a visitar Boston varias veces, pero lo que ven no es muy interesante en comparación con Nueva York: Plymouth plantation, el barco Mayflower, The fine arts museum, Rockport, la universidad Harvard…
En el museo de Salem, Lola vive una de las situaciones más incómodas de su vida por haberse sentado entre Zack y Bárbara. En la oscuridad del museo, mientras se escucha una historia cuyas escenas están representadas por muñecos de porcelana que se van iluminando en su debido momento, su amiga no para de susurrarle que es una buena oportunidad para besar a Zack. Él, por su parte, no deja de mirarla por el rabillo del ojo. Al fin, Lola consigue salir de allí.
Otro día van al parque de los swam boats. Tienen tiempo libre para comer en ese precioso lugar, y Lola comete el error de alejarse de sus amigas yendo detrás de las ardillas.
- ¿Das de comer a las ardillas? – Carlos aparece a su espalda y, por un momento, Lola recuerda a Pablo, tanto que casi puede sentir su presencia. La chica se queda en cuclillas con el trozo de pan en la palma de la mano.
- Lo intento, pero la mayoría no se llegan a acercar.
- Estoy seguro de que quieren ese trozo de pan. ¿Por qué crees que son tan precavidas y no van a por lo que quieren sin más? – Lola aún no ve sus intenciones y alza la cabeza para mirarle a la cara. – Puede que piensen en las posibles consecuencias. – Lola, entonces, se pone de pie.
- Por supuesto que hay que pensar en las consecuencias. No se puede hacer lo que a uno le apetece en cada momento. De hecho, la frustración es uno de los sentimientos más comunes en el ser humano.
- Por eso mismo, a veces somos débiles y terminamos haciendo cosas como… no sé… ponerle los cuernos a tu novio.
- Carlos, no sigas por ese camino. – Le advierte Lola. – No ha pasado nada con Zack.
- ¿Intentas convencerme a mí o a ti misma? – Lola coge aire para hablar, pero no encuentra respuesta. – Yo sé que él nunca te haría algo así. No puedes dejar que el americano de los ojitos lindos acabe con lo que tenéis vosotros dos.
- Carlos, por favor, no pienses eso de mí. – Le pide Lola con un nudo en la garganta.
- No me des motivos para hacerlo. – Él, incómodo, da media vuelta para marcharse.
- Carlos. – Le llama Lola y él se detiene y se vuelve. – No hables de esto con nadie, ¿vale?
- No soy quien para hacerlo. – La tranquiliza y se aleja definitivamente.
Un par de días después, es la goodbye party. Tiene lugar en una casa enorme, con un jardín precioso y perfectamente cómodo para sentarse a cenar. Hay numerosos platos que probar, tantos que es casi un buffet libre. Después, no tardan en sacar los postres. Los ojos de Lola, golosa como ninguna, se iluminan al ver toda clase de galletas, brownies y bizcochos.
Todo estaba delicioso pero, en poco tiempo, el exceso de comida tiene sus consecuencias. Lola comienza a encontrarse mal. Se rodea el estómago dolorido con los brazos. Antes que sus amigas, Zack repara en ello y se acerca a Lola.
- Are you ok? – Le dice poniéndole una mano en el hombro.
- No. – Ella niega despacio con la cabeza. – Vamos fuera. Si sigo viendo todas estas galletas a mi alrededor, voy a vomitar. – Dice en un rápido murmuro para que él no pueda entenderla.
Zack la sigue hasta el jardín. Allí hay bastante gente, por lo que Lola prefiere apartarse a un lugar algo más alejado. No hay problema, el jardín no escasea de espacio. Después de un tiempo más tranquila y respirando el aire de la calle, Lola ya no se encuentra tan mal.
- Do you feel better? – Pregunta Zack y ella le mira asintiendo.
El siguiente silencio no resulta demasiado incómodo pero, como todo, acaba.
- I won’t see you until my trip to Spain in April. – Dice Zack rompiendo la calma. - That means seven months. I’ll miss you.
- I can’t wait. – Suspira Lola.
- Wait for what? – Zack da un paso hacia Lola. – I don’t want to wait any more, we are still together.
Ocurre despacio, pero Lola no es consciente de nada hasta que ya está pasando, hasta que ya no hay vuelta atrás. Los labios de los dos están juntos al fin, como dos cuerpos que se atraen irremediablemente, por encima del bien y del mal, de lo prohibido y de las consecuencias.
Los siete meses pasan demasiado rápido. El invierno es tan fugaz como frío, y sólo los estudios consiguen mantener a Lola concentrada en algo. Gracias a Internet, no se pierde el contacto, y las fotos mantienen los recuerdos vivos. Antes de poder olvidar el más mínimo detalle de su perfección, Lola le ve salir por esa puerta, arrastrando su maleta. Ahora es él quien viene de pasar ocho horas en un avión.
Pablo no tarda en notar eso que flota en el aire entre los dos, es casi imposible no reparar en ello. No sabe bien si debe preocuparse, y al principio no piensa en decírselo a nadie, pero acaba hablando del tema con su mejor amigo.
- Te digo que en Boston no pasó nada entre ellos. – Miente Carlos.
- ¿Entonces fue ayer la primera vez que ese chaval la agarró así de la cintura? ¿Es que ha cogido confianza hablando por Internet?
- ¿Qué confianza? ¡Cálmate!
- ¡No hay más que verles! – Dice Pablo y Carlos suspira, sabiendo que no puede seguir negando lo obvio.
- Tío, no te rayes más. Mañana es vuestro aniversario de un año juntos. Si sientes que la pierdes puedes… no sé… haz algo.
- ¿Cómo qué?
- No lo sé, eso es cosa tuya. Demuéstrale que la quieres. Acuérdate de ese tío de la novela italiana que tanto le gusta. – Dice Carlos y, de repente, una sonrisa aparece en el rostro de Pablo.
El lunes por la mañana, Lola llega al instituto acompañada de Zack. Demasiados alumnos están arremolinados en torno a algo. Lola, curiosa, se cuela entre la gente para averiguar qué es eso tan interesante. Al verlo, su corazón se acelera. Ahí, en ese rincón en el que antes apenas se había fijado, ahora hay tulipanes, margaritas y pensamientos pero, sobre todo, le llama la atención esa preciosa y relajante fuentecilla. Lola se imagina pasando el rato en ese lugar tan agradable, sentada sobre esa roca. Piensa en todas las veces que le ha comentado a Pablo lo mucho que le gustaría tener un lugar así para poder desconectar del mundo en alguna ocasión. Algo se le pasa por la cabeza, pero… no, no puede ser.
- ¿Has visto el periódico de esta mañana? Esto sí que es hacer historia. – Le pregunta Bárbara, que aparece a su espalda y le entrega un ejemplar del periódico del instituto.
Lola lee la noticia mientras siente sobre ella las miradas de su amiga y de Zack, pero sabe que cada vez hay más ojos puestos en ella; porque ella parece ser la chica más especial del mundo, porque sólo para ella Pablo ha creado un lugar así como regalo de aniversario, porque acaba de quedar demostrado que el amor verdadero existe.
Lola levanta la vista cuando acaba de leer y le ve, caminando hacia ella con una sonrisa dulce y un ramo de rosas rojas en la mano. Sólo un intercambio de miradas entre ella y Zack es suficiente para que cualquier duda se esfume inmediatamente.
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