Ángela dobla la esquina. Levanta la vista y ve, a lo lejos, el instituto. Se detiene en seco. Suspira. Después de unas merecidas vacaciones, hay que volver a clase. Otro largo curso se extiende ante ella. Ángela retoma la marcha por ese camino que ha recorrido tantas veces.
A medida que se acerca a la puerta principal, ve grupos de amigos charlando antes de las clases, contándose anécdotas del verano. Ángela se pregunta cómo pueden estar todos tan eufóricos el primer día de curso si, en realidad, a ninguno de ellos le gusta la escuela.
Al fin, entra en el instituto. Se dirige hacia la que, el día de la presentación, le mostraron como su nueva clase. Se abre paso por el pasillo entre adolescentes con las hormonas revolucionadas y risas estúpidas.
Cuando llega a su clase, se sienta en primera fila. Siempre hay sitio libre en la primera fila. Saca el material de literatura y, a continuación, sin saber qué hacer, echa un vistazo hacia atrás, al resto de la clase.
A todos los conoce de vista, está tan acostumbrada a sus risas estrambóticas y gritos que ya ni siquiera le parecen tan exagerados. Ángela se fija en el grupo de chicas rubias, delgadas y verdaderamente guapas. A ella le gusta llamarlas “piruletas”, porque siempre están tan contentas como una niña con una piruleta. No es de extrañar: su vida es perfecta. Son las más populares, las más solicitadas y, por supuesto, ellas sí han tenido la ocasión de intercambiar más de dos palabras con él.
Como por arte de magia, él entra justo en ese momento por la puerta del aula. Andrés lleva una camiseta azul y unos vaqueros oscuros. Ángela lo ve todo a cámara lenta; su pelo de ese dorado brillante se mece con cada paso, sus dedos casi rozan su mesa al pasar, sus ojos azules se iluminan al ver algo y esboza una sonrisa dulce. Ángela, sonriente también, no puede evitar girarse para seguir mirándole. Entonces, Andrés rodea la cintura de la peor de las “piruletas”, Lorena, y la besa con pasión y ganas delante de toda la clase.
Ángela puede suponer que ellos han empezado a salir en verano. Está acostumbrada a verle con ese tipo de chicas mientras que, a ella, que podría quererle más que todas ellas juntas, apenas le dirige alguna mirada. Esto a Ángela le duele, pero hay cosas que ya tiene asumidas, y sólo puede sentirse feliz por él.
La profesora entra en clase interrumpiendo sus pensamientos. Los alumnos suelen odiar ese momento, pero Ángela siempre lo espera impaciente.
A la hora del recreo, Ángela va a preguntar si aún quedan taquillas libres pero, de nuevo, el no tener compañero con quien compartirla, significa un problema. Otro año más se queda sin taquilla. Ángela se encoge de hombros y queda resignada a transportar los libros cada día.
En la clase de educación física, la profesora les manda ponerse por parejas. Precisamente por estos momentos, Ángela odia esta clase. Este curso, el número de alumnos es par, por lo que a un chico, que no parece muy satisfecho, le toca hacer el ejercicio con Ángela. La clase transcurre entre silencios incómodos y situaciones algo violentas.
Al fin llega la hora de irse a casa, y Ángela se cuelga la mochila al hombro. Al salir del instituto, junto a la verja, lo ve. Andrés está ahí con unos amigos. De repente, él desvía la vista del chico con el que está hablando y sorprende a Ángela mirándole. Ella acelera el paso, pero es incapaz de bajar la cabeza. Es entonces cuando él le guiña el ojo. Ángela no se lo puede creer, pero se lo quiere creer, y también quiere pensar que lo ha hecho con alguna intención. Le sonríe, se sonroja y aparta la vista escondiéndose tras una cortina de su pelo moreno.
- Abuela, es que son perfectas en, absolutamente, todos los sentidos. – Ángela se refiere a las “piruletas” esa misma noche, cuando está sentada con su abuela en la terraza, tomando un vaso de leche antes de dormir.
- No pueden ser mejores que tú. A ti se te dan bien muchas cosas.
- Estoy segura de que, aunque pudieran, no cambiarían nada de su vida.
- Todo el mundo tiene algún problema, Ángela. Si quieres saber mi opinión, creo que una vida perfecta sería muy aburrida.
- No sabría qué decirte. – Ángela bebe el último trago de leche.
- Ahora a dormir, que ya ha empezado el curso. – Le recuerda su abuela.
Tras un abrazo y un beso de buenas noches, Ángela se va a su habitación. Aún se puede dormir con la ventana abierta. Se queda ahí mirando las estrellas y, de repente… una estrella fugaz. Ángela cierra los ojos con fuerza y se apresura a pedir un deseo: “Quiero ser una de las piruletas”
A la mañana siguiente, suena el despertador. Ángela no tarda demasiado en levantarse y se dirige al baño. Abre el grifo, se inclina para lavarse la cara y unos mechones de pelo liso, largo y rubio resbalan por sus hombros. Ángela abre los ojos de par en par. Se mira las manos. Esas no son sus manos, las uñas están pintadas de rosa fucsia. Con temor, levanta la vista hacia el espejo. Esa no es ella, es otra persona. Se lleva las manos al pecho. No se lo puede creer: nunca ha tenido tanto pecho, ni una cintura tan estrecha, ni una clavícula tan marcada, ni una cara tan perfectamente ovalada, ni unas cejas tan bien depiladas pero, sobre todo, su pelo nunca ha sido rubio.
Sale inmediatamente del baño y busca desesperada a su abuela pero, en cambio, en la cocina hay una mujer joven y rubia, con un bonito pijama rosa palo, preparándose un café.
- Buenos días, Angy. – Dice sin apenas mirarla. – Desayuna algo. ¿Quieres tu barrita de muesli?- Sin darle tiempo a contestar, le da a Ángela una de esas barritas.
Ángela decide volver a su cuarto, y sólo entonces se da cuenta de que esa habitación con paredes rosas no es la suya. No entiende lo que ocurre, no cree que pueda ser verdad y se pregunta si estará soñando. Mira la barrita de muesli entre sus manos. ¿Dónde están las galletas de la abuela? ¿Dónde está su abuela? ¿Quién es esa rubia teñida de la cocina que la ha llamado Angy? ¿Por qué está en una casa que no es la suya? Y lo más importante: ¿son las estrellas realmente capaces de conceder deseos?
Cuando llega al instituto, Ángela está temblando; todo empieza a darle verdadero miedo. No es que la gente se gire a mirarla, pero ella puede sentir cómo todos se percatan de su presencia. Por primera vez, no se siente invisible.
- ¡Angy! – Lorena, la cabecilla de las “piruletas”, la llama desde lejos; sí, la está mirando a ella. Ángela, insegura, decide acercarse al grupo de chicas perfectas.
- Me encantan tus pantalones. – Dice desinteresadamente Salomé cuando Angy llega junto a ellas.
- Gracias. – Sonríe. – A mí también.
- Tenemos que ir de compras esta tarde, necesitamos modelitos nuevos para la fiesta de este fin de semana.
- Tienes razón, me niego a ponerme otra vez el vestido azul. – Dice Alicia.
- Chicas, mirad quién viene por ahí. – Interrumpe Lorena.
Todas miran en la dirección que ella señala, y allí está él. Andrés camina con las manos en los bolsillos de sus pantalones vaqueros. Va hacia ellas, y le dedica a Angy una mirada intensa. Ella se aparta un poco, sabe que él irá directo a besar a Lorena. Sin embargo, cuando él recorre los últimos pasos hasta Angy, rodea su cintura y la besa sin ningún reparo. Angy se queda sin respiración. No le importa demasiado que todo carezca de sentido, sólo cree ver su sueño cumplido. Ése es su deseo, una vida perfecta, lo que ella siempre ha anhelado.
Esa tarde van de compras, y Angy no comprende que de repente le guste tanto pasar horas de tienda en tienda en el centro comercial. Las chicas se vuelven locas entre tanta ropa, complementos y zapatos, y gastan un dineral. Angy se deja aconsejar, y acaba comprando para la fiesta un bonito vestido rosa con complementos a conjunto.
Pero todo eso es demasiado bueno para no tener ninguna consecuencia negativa. Al día siguiente, la profesora de literatura pide los trabajos. Angy no entiende cómo se le ha podido olvidar por completo. En cualquier caso, ese olvido se reflejará en la nota.
- ¿Desde cuándo te preocupan tanto las notas? – Inquiere Salomé después de clase.
- No quiero suspender. – Dice Angy sin saber qué otra cosa puede responder.
- Mirad a esa pringada. – Lorena señala a una chica morena, sentada en un rincón con las piernas cruzadas, lee un libro tranquilamente con una leve expresión de emoción en el rostro. – Angy, sé algo que te hará sentir mejor.
Lorena se acerca a ella y le quita el libro con un rápido movimiento. Se burla y se lo lanza a Angy que, sin saber por qué, se lo pasa Alicia, y ésta a Salomé, y la pobre chica pide que se lo devuelvan ya sin esa sonrisa, arrancada bruscamente de su fantasía. Es entonces cuando llega la directora, cuando se ganan el castigo de quedarse por las tardes a ayudar a las señoras de la limpieza.
Llega el sábado por la noche y las “piruletas” prefieren no pensar en el castigo, en las notas o en cualquier cosa que pueda fastidiarles la noche. En la fiesta, Angy no quiere separarse de Andrés. Baila con él y, en las canciones lentas, apoya la cabeza en su pecho. A medida que pasa el tiempo, Angy se pone cada vez más nerviosa, porque es fácil predecir en qué va a desembocar una noche así. Más tarde, en la intimidad, ella intenta dejarse llevar, pero nunca ha estado con un chico y se agobia. Empieza a temblar y acaba diciéndole que no puede hacerlo.
El lunes por la tarde, las “piruletas” cumplen el castigo. Barren el suelo de las clases, limpian las pizarras, alguna ventana… Angy decide ir a reponer el papel higiénico del baño; no faltará mientras dependa de ella.
Por primera vez entra en ese lugar desconocido que es el baño de los chicos. Escucha unos ruidos en el compartimento del fondo: indiscutiblemente, una parejita acaramelada. Angy, algo avergonzada, decide irse del baño y dejarles intimidad. Cuando está a punto de salir por la puerta, escucha la inconfundible risa de Lorena.
- No, Andrés, aquí no. – La escucha decir.
El mundo se le viene encima de repente y a Angy le empiezan a temblar las piernas. No sabe qué hacer y le entran unas horribles ganas de llorar. Andrés, ese chico que siempre le ha ayudado a olvidar cualquier problema con una simple mirada, consigue ahora que derrame lágrimas como nunca antes lo había hecho.
Cuando consigue reaccionar, sale del baño corriendo desconsolada y se topa de repente con Alicia. Su amiga insiste en que le cuente inmediatamente lo que le ocurre y Angy, finalmente, acaba aceptando. Al escucharlo todo de su propia boca, Angy se siente humillada y no puede parar de llorar.
Al día siguiente, Angy se encuentra como en una burbuja. No habla con nadie ni escucha a nadie y, sobre todo, ignora a Lorena y a Andrés. Está envuelta en sus pensamientos, preguntándose cómo es posible que haya ocurrido todo esto y empezando a ver que esa vida no es tan perfecta como parece; de hecho, prefería la suya pero, ¿cómo recuperarla?
Por la tarde, después del castigo, las “piruletas” van al gimnasio; todas menos Lorena. Angy ni siquiera entiende por qué está corriendo en una cinta estática, nunca le ha gustado demasiado el deporte.
- Tienes razón, Lorena es una falsa. – Coincide Salomé.
- No sé cómo ha podido hacer algo así, después de haberte apoyado tanto cuando tus padres se divorciaron. – Dice Alicia y Angy la mira con los ojos de par en par.
- ¿Mis padres están…? – Murmura Angy, pero nadie llega a oírla.
- Y también me acuerdo de cuando te ayudó a jugársela a esa rubia de bote que tienes por madrastra. Erais muy buenas amigas.
Esto es la gota que colma el vaso: su familia está rota y esa mujer rubia que vive en su casa no es más que la típica madrastra prepotente. Debería haberse dado cuenta.
Angy pulsa firmemente el botón de stop de la máquina y sale corriendo del gimnasio, sin decir una palabra. Para cuando sale a la calle, las lágrimas ya brotan de sus ojos. En esta vida no tiene más que un padre que se pasa el día trabajando, una madrastra que la considera un estorbo, unas falsas amigas y un novio infiel. Al resto de la gente le suele caer mal, por envidia o por cualquier otra cosa, pero no la aceptan. ¿Qué tiene de perfecta esta vida? Absolutamente nada: ni cariño, ni esfuerzo, ni autorrealización, ni nada.
Ángela mira entonces al cielo, con los ojos llenos de lágrimas. Al principio, no quiere creérselo pero luego distingue claramente una estrella fugaz. Sonríe, con una pizca de esperanza, y cierra los ojos para pedir un deseo. “Sólo quiero recuperar mi vida”
En ese momento, un ruido estridente comienza a sonar. Ángela aprieta más los párpados y arruga la frente molesta, pero es su despertador. Cuando abre los ojos está en su habitación, en su cama. Inmediatamente sale de la cama y corre a mirarse en el espejo del pasillo. Suspira de alivio al ver que es ella, con su pelo moreno, con su pijama viejo, con sus defectos y sus imperfecciones: simplemente Ángela.
Entonces va feliz a desayunar. Se detiene en la entrada de la cocina y ve que su abuela ha preparado sus inconfundibles galletas. Ángela sonríe, y luego mira a su abuela con los ojos brillantes y una emoción muy fuerte en la garganta. Decide dejarse llevar por lo que siente y corre hasta su abuela para darle un fuerte abrazo. Le encanta abrazarla así, le encanta su vida y le encanta todo lo que tiene. Jamás lo cambiaría por nada.
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